Capítulo 3

El tic tac del reloj de la sala de espera lo estaba volviendo loco. Se agarró la cabeza con las manos y se apoyó contra una pared. Inspiró y espiró, recordando las indicaciones de un médico que lo había atendido hacía un rato. Harry. Era lo único en lo que podía pensar. Ni siquiera recordaba el tiempo que llevaba en aquella maldita estancia de cuatro paredes blancas que si no hubiera sido por el color bien habría podido parecer una funeraria. Volvió a inspirar. Y a espirar. Y a inspirar de nuevo. Las mejillas le ardían.  

Levantó la mirada y la posó por enésima vez en el pequeño objeto redondo cuyo movimiento incesante marcaba la ascendencia de su desesperación. Con cada segundo que pasaba, sentía cómo se le encogía el corazón dentro del pecho. Eran casi las tres de la mañana. Ya habían pasado más de tres horas desde que la ambulancia hubo cruzado los campos del hospital, y a él lo hubieron obligado a alejarse, llevándose consigo al ricitos. A su ricitos.

También hacía más o menos una hora desde que había hablado con la madre de Harry. Escucharla llorar le había roto el corazón, despedazándolo en trocitos aún más ínfimos, si es que aquello era posible. No recordaba un solo momento en el que su cálida y sincera sonrisa no hubiera llenado cualquier estancia en la que estuvieran, y la verdad, la versión de ella a la que había conocido apenas unos sesenta minutos atrás lo había descolocado por completo.

Sinceramente, no estaba del todo seguro de hasta qué punto sabía ella sobre su relación, nunca se había atrevido a preguntárselo, pero sin duda lo veía como algo más que el simple mejor amigo de su hijo. Había sentido una especie de vínculo fuerte entre ellos dos, probablemente formado por el amor que ambos sentían hacia el joven cantante que se estaba debatiendo entre la vida y la muerte en aquel mismo instante.

Se acercó a la única ventana que podía ver desde donde se encontraba, y la abrió. Necesitaba aire. Aire. Aire. Aire. Otra vez aquella sensación de atosigamiento, de desesperación. El bullicio seguía escuchándose a lo lejos. Había cientos de personas reunidas a las puertas del hospital, esperando noticias de su ídolo. Sonrió con tristeza. Era irónico. Otro de los tantísimos caprichos de la vida. Vivían rodeados por un auténtico caos total en el que la soledad era un término que no tenía cabida, y en aquel instante, él se sentía más solo que nunca.

-Louis…- lo llamaron con una voz demasiado apagada a su parecer. Le dio miedo darse la vuelta, pero sabía que debía enfrentar la realidad tarde o temprano. Era Niall. –Solo dejan pasar a uno de nosotros. Deberías ser tú.

El inglés lo agradeció con la mirada y se secó los ojos antes de comenzar a caminar. Sabía que todos estarían tan impacientes como él, pero ninguno le negaría jamás el derecho a ser el primero en verle. Después de mucho dudar, se animó a preguntar con apenas un hilo de voz quebrantada:

-¿Se ha despertado?- una ligera negación fue suficiente para apagar la más mínima llama de esperanza que se hubiera encendido en su interior. Una mueca de angustia se dejó dibujar en sus labios y bajando la mirada hacia el suelo, continuó su caminata hacia la habitación de Harry junto al rubiales.

Liam y Zayn estaban delante de la puerta junto al que por su uniforme parecía ser el médico jefe. Ambos trataron de fingir una sonrisa, pero las ojeras que contorneaban sus ojos hinchados y cansados los delataban.

-De acuerdo, señor Tomlinson. ¿Va a ser usted quien entre?- Louis apenas pudo entreabrir los labios para emitir un apenas audible “sí”. –Bien, necesito antes que rellene un formulario y lo firme. Es un procedimiento de burocracia más que nada, pero es obligatorio.

-¿No puede hacerlo después? Llevamos horas esperando.- fue Liam el que se atrevió a hablar, molesto por el procedimiento que debían seguir. ¿A quién coño le importaba un puto papel cuando Harry estaba en su estado?

-Lo siento, de verdad, pero no tomará más que un minuto. Es simplemente porque solo se les permite la entrada a familiares.
Todos levantaron las miradas asombrados al mismo tiempo. ¿Qué era lo que acababa de decir?

-¿Perdón, qué es lo que ha dicho?

-Que tan solo a un familiar directo del señor Styles se le permitirá entrar. Si quiere ya lo relleno yo, no importa. Solo necesitaré su firma. Veamos… ¿Cuál es su grado de parentesco, señor Tomlinson?    
Los otros tres integrantes de la banda miraron de reojo a su amigo. Ninguno sabía que contestar.

-Somos novios. – contestó Louis extrañamente sin apenas un ápice de duda o remordimiento. Una respuesta seca, breve, concisa. Algo se removió en su interior. Novios. Novios. Era la primera vez que lo decía en público, en voz alta, sin limitarse únicamente a utilizar símbolos que tan sólo él y Harry entendían. Y sin embargo, no era así como se había imaginado aquel momento tantas veces junto a él. Querían hacerlo juntos, decirlo juntos, a la vez. Y sin embargo, no era capaz de sonreír. Estaba solo. El médico pareció atragantarse por un momento, para recuperar la compostura un segundo después.

-Bien…em…si no están ustedes casados n…-trató de decir, pero no tuvo tiempo.

-Oh ¡venga ya! –Louis lo empujó contra la pared y sin pararse a escucharlo rechistar abrió la puerta con fuerza y entró en la habitación. Después de haber recorrido un puñetero laberinto de fuego en el que ni siquiera los bomberos se atrevían a entrar para salvar al amor de su vida, no iba a ser un simple trozo de papel el que le impidiera estar a su lado ahora.

Pero toda la fuerza con la que había irrumpido en la estancia desapareció de pronto como si de simple vapor se tratara, y las rodillas no parecían querer seguir sujetando su cuerpo. Tembló. Una vez. Dos veces. De nuevo. Se mantuvo impasible en la mitad de la habitación, con la mirada fija en el fantasma de lo que algún día había sido el simpático y siempre sonriente Harry. Tragó saliva. Aquello no podía estar pasándole a él. Debía ser una pesadilla. Deseó con todas las fuerzas que lo fuera. Cerró los ojos y trató de convencerse a sí mismo de que al abrirlos, estaría en su cama, mientras su ricitos le daba un suave masaje en la espalda salpicado de tiernos besitos. Pero el panorama fue diferente.  

Verlo en el hotel, rendido, tumbado sobre un montón de escombros y rodeado de llamas había sido duro. No, había sido más que eso. Su corazón se había roto literalmente en pedazos, y estaba seguro de haberse dejado unos cuantos en aquel tétrico pasillo carbonizado. Pero aun así, aún en esas circunstancias, Harry seguía estando tan guapo como siempre. Hasta entonces Louis había sentido una corriente electrizante recorrerle la espalda al tocarlo. Era una sensación a la que nunca se acostumbraría, cada roce era como el primero. Y eso le gustaba. Eso le encantaba. Pero esta vez… esta vez no era así.

Permanecía tumbado sobre la camilla del hospital, conectado a veinte tubos y artilugios diferentes mientras un chirriante “pi” continuo acentuaba el aspecto despectivo y pesimista de la habitación. Se arrodilló a su lado, entrelazando sus dedos. Besó su mano. Estaba más fría de lo normal. Aquello no podía ser real. Aún seguía esperando a que algún graciosillo hiciera acto de presencia desde algún recoveco oculto y le dijera que todo había sido tan solo una farsa televisiva, y a que de repente la mano que con tanta fuerza estaba sujetando comenzara a moverse, las malditas máquinas cesaran su tarea y Harry se riera de él tras abrir los ojos. No le importaría. No le chillaría. No discutiría con él por haberle dado el mayor susto de su vida. Tan solo lo besaría. Con fuerza. Y lo abrazaría. También con fuerza. Y jamás le dejaría ir. Y si hacía falta los sacarían juntos del hospital en aquella postura, pero no volvería a despegarse de él ni un solo segundo. Pero claro, todo aquello tan solo eran sueños.

El médico molesto no había vuelto a aparecer. Seguramente Zayn lo estaría reteniendo fuera. Levantó los ojos con miedo. No. Con pánico, y los posó sobre aquellos labios que tantas veces antes había saboreado. Estaban secos, seguramente por el calor abrasador de las llamas. Harry también tenía una herida en el labio, en el inferior, mientras que la suya estaba en el superior. Al destino parecía gustarle el humor negro en cierta manera. Hasta ahí se complementaban. Lo besó. Y lo siguió besando. No quería separarse, no hasta que su Hazza le correspondiera, no hasta que le hincara el diente en la lengua como tanto le gustaba hacer, no hasta que pasara su mano por detrás de su nuca y lo atrajera hacia sí. Pero eso no ocurrió. Finalmente se apartó y se dejó caer en la silla próxima  a la cama. Pasaría ahí la noche entera. Y la siguiente. Y las siguientes cien, o mil, o cien mil si hacía falta. La vida entera. ¿Qué más daba? Él era su vida.

La suave luz de la mañana penetraba por entre las rejillas de la ventana, y se proyectaba en su rostro. Abrió los ojos. Alguien lo estaba llamando. Miró hacia la izquierda. Ah, era John. ¡Era JOHN!

Se levantó de un impulso y sin pensárselo siquiera le propició un puñetazo con la mayor fuerza posible tras despertarse de una mala noche, y éste chocó contra la pared al perder el equilibrio, retumbando la habitación. Liam y Niall irrumpieron en la sala alertados por el estrépito.

-¡Louis, no, para, PARA, LOUIS!- Apenas consiguieron sujetarlo por detrás entre los dos, mientras trataban de completar mentalmente la escena. Louis lo había pegado. Sabían que lo haría. Se lo habían advertido. No había querido escuchar. El muy cabrón se lo merecía, eso y mucho más.

-¿Cómo te atreves siquiera a entrar aquí? ¡LARGO! ¿¡NI SE TE OCURRA VOLVER A PONER UN PIE EN ESTE MALDITO HOSPITAL, ME OYES!?-estaba descontrolado, nunca lo habían visto así. Cierto. Tampoco habían visto nunca a Harry en coma. Ni a Louis enfrentado al culpable de todo aquello. Pensándolo bien, les extrañó que solo hubiera sido un puñetazo. –Todo esto es tu puta culpa, por tus putas mentiras, para tu puta compañía, ¡JODER! ¡Si no te hubieras entrometido como una maldita lagartija y nos hubieras dejado vivir nuestra vida él no habría estado en ese maldito hotel en esta maldita noche, y ninguno estaríamos aquí ahora!-tragó aire. Inspiró. Espiró.- Soltadme. Estoy bien, joder, ¡soltadme!- Niall y Liam se apartaron.

Louis lo agarró por el cuello de la camisa manchada de sangre y lo sujetó contra la pared.
-Te juro que como le pase algo, como no despierte, como tenga un solo rasguño, por muy pequeñito que sea…ya puedes ir huyendo al más lejano punto que se te ocurra de este puto planeta, porque voy a encontrarte, y te lo voy a hacer pagar. – una vez dicho esto, lo soltó con despreció y volvió a acercarse a Harry. Se tranquilizó. Su mánager seguía ahí. De pie. Asimilando el gran cumulo de información.

-Lárgate, John. No eres bienvenido aquí. – esta vez, haciendo caso al comentario de Liam, se limpió la sangre que le brotaba de la nariz con la manga de la camisa y salió cerrando la puerta con un portazo.

-Luis…- Niall se acercó por detrás y colocó su mano en el hombro de él.

-Estoy bien. De verdad. –todos sabían que no lo estaba. Ninguno lo estaba.

Al medio día la madre de Harry había llegado en el primer vuelo que había encontrado desde el Reino Unido hasta Nueva York, y fue el rato en el que Louis tuvo que despedirse del ricitos, no sin antes abrazar a su madre con la mayor fuerza posible, como si así, uniéndose los dos, fueran capaces de generar algún milagro. Un milagro que no había llegado.

Después de unas cuatro horas, los médicos la obligaron a salir, tomarse un café, descansar, lo que fuera. No podían dejarla seguir ahí, no en aquel estado deplorable. No junto a su hijo mientras éste exhalaba las que podían ser sus últimas bocanadas de aire. La incertidumbre y el miedo eran lo peor.
Los siguientes dos días fueron monótonos, tristes, apagados. A nadie le apetecía hablar, a nadie le apetecía siquiera comer o dormir. No se habían dado cuenta nunca hasta entonces de que Harry era realmente el espíritu jovial del grupo. Sin él, no funcionaba.

Debían de ser las cuatro de la madrugada cuando Zayn lo llamó. Louis abrió los ojos, enmarcados por unas profundas ojeras, producto de las noches en vela, el agotamiento, la angustia, y las lágrimas incesantes. Los tres estaban ahí, mirándolo. Por alguna extraña razón, sonreían. ¿Estaba soñando? Ni siquiera estaba seguro de si habían pasado diez minutos desde que había conciliado lo más parecido al sueño que había tenido en el tiempo que llevaban ahí.

-Louis, tu mano. –fue lo único que su desconcierto obtuvo por respuesta. Tras pestañear para aclarar la vista, se fijó en su muñeca derecha. Una ola de calor lo invadió. Lo estaba agarrando. Harry le estaba agarrando la muñeca. Volvió a mirarles. Compartían el mismo brillo en los ojos agotados.

-Harry…- pronunció su nombre apenas susurrando, acercándose a su rostro, apartándole un mechón de cabello de la frente, sin atreverse a soltar el agarre, como si fuera lo único que le seguía sujetando al mundo real. No obtuvo respuesta.

-Louis, se ha despertado. Te ha agarrado la mano… ¡Dios, te ha agarrado la mano! ¡Voy a avisar al médico, ahora mismo vuelvo!- Zayn fue el primero que se atrevió a romper la magia del momento y se dirigió hacia la puerta, saliendo al pasillo en busca de algún miembro del servicio hospitalario.

Los demás permanecieron quietos, no sabían cómo reaccionar, no sabían qué hacer. Louis se limitó a acariciar con suavidad los dedos de su novio que se enroscaban sin fuerza pero firmemente a su muñeca. Se dirigió después a su rostro. Le tocó la nariz con el dedo índice de manera cariñosa. Era un saludo suyo, solo suyo. Segundos después, ésta se torció en una extraña mueca inconsciente. O quizás no tanto. Todos se arrimaron expectantes a la camilla.

-¿Harry?- esta vez era Niall el que se había decidido a romper el repentino silencio. Otra ligera mueca. Todos sonrieron. Algo estaba cambiando. No sabían si era bueno o malo, pero dado que hasta aquél entonces su amigo ni siquiera había pestañeando, verlo moverse de nuevo no podía ser sino maravilloso.
Fue entonces cuando dos enfermeras y un médico de guardia entraron a la habitación, seguidos por la madre de Harry, cuyos ojos centellaban humedecidos bajo las luces de neón del techo. Les pidieron que se apartaran. Al principio Louis no quería soltar el agarre, como si al hacerlo, lo estuviera dejando ir para siempre. Y eso no se lo podía permitir. Pero finalmente, accedió a la petición del doctor y los dejaron trabajar.

Volvieron a programar las máquinas de seguimiento conectadas al cuerpo del cantante, y comprobaron las dosis de la solución intravenosa. Todo parecía funcionar a la perfección. Le abrieron los párpados y comprobaron la reacción de sus pupilas ante la luz. Todo normal. Lo cual era bueno. Muy bueno.  Sus instintos primarios ya volvían a funcionar con aparente normalidad. Los demás integrantes del grupo y la madre de su compañero se abrazaron con fuerza ante la gran noticia, consolándose los unos a los otros como mejor podían. Tan solo era cuestión de tiempo que el joven Harry abriera los ojos. Y lo hizo.  Dos horas y veinte y dos minutos después, según marcaba el cronómetro de la pared.

-Lou…- el inglés de ojos azules se sobresaltó y abrió los ojos con rapidez, pues a causa del cansancio acumulado se había visto obligado a descansar los párpados unos instantes. Por un segundo, no estaba seguro de si estaba despierto o el no dormir le estaba jugando una mala pasada teniendo alucinaciones en alguna especie de trance. –Hi…- consiguió pronunciar en apenas un susurro, con el toque justo de su voz aterciopelada. Louis se derritió por dentro justo antes de sonreír como nunca antes lo había hecho. Ambos lo hicieron. Y ambos se besaron. Y mientras el primero le sujetaba el rostro con la mano derecha y le acariciaba suavemente con las yemas de los dedos, Harry se limitaba a corresponder al beso con mucho esfuerzo. Sin embargo, si debía emplear hasta la última gota de energía de su cuerpo, estaba dispuesto a hacerlo por una buena causa, y en aquel instante, no se le ocurría ninguna mejor. Cuando finalmente se separaron, Louis  apoyó su nariz sobre la suya y sonrió. Adoraba su rostro cuando recién acababa de despertarse. Adoraba su voz ronca de las mañanas y todos sus pequeños gestos torpes. Adoraba el tacto de sus dedos sobre su cuello. Lo adoraba a él, y estaba total y completamente enamorado de su ricitos, y jamás se cansaría de decirlo, una y otra vez. No volvería a callárselo. Ya no.

~Un mes después~

La música retumbaba al ritmo de “Little things” en los enormes altavoces colocados genuinamente en los cuatro extremos y en el centro del estadio, así como a ambos lados del escenario, mientras los cinco jóvenes cantantes suscitaban gritos entre el público.

Estaban sentados en los escalones de una enorme escalera plateada que ocupaba más de la mitad del escenario. Zayn y Louis ocupaban el nivel más bajo, Liam y Niall estaban sentados en la mitad, y Harry encabezaba la aparente pirámide. Era su primera actuación después del incidente en el Carlton. Las fans parecían estar más alocadas que nunca. Sus conciertos siempre suponían un alboroto insaciable y persistente, pero esta vez, parecía haber cruzado los límites habituales.

Era el turno del tan ansiado solo de Harry, que se había colocado de pie en la mitad del último escalón.
And I've just let these little things
Slip, out of my mouth,
'Cause it's you, oh it's you,
It's you,
They add up to
And I'm in love with you,
And all these little things

Aplausos. Gritos. Más aplausos, y más gritos. La entera exaltación del público lo había envuelto por completo. Sonrió, y no pudo más que buscarlo disimuladamente con la mirada. Era otro de aquellos momentos que tan solo le apetecía compartir con él.

Pero Louis no estaba sentado en la esquina que le correspondía según la planificación de los ensayos, sino que en aquel mismo instante estaba subiendo los escalones de dos en dos y se dirigía hacia él, mientras los demás integrantes continuaban cantando asombrados el coro del final.

-Come here. – fue lo único que alcanzó a decir antes de agarrar con sus dos manos el rostro de Harry y besarlo con toda la pasión, la necesidad y  el deseo contenidos durante más de tres largos años. El estallido fue exorbitante. La sala entera parecía haber sido testigo de múltiples bombardeos esparcidos de manera equitativa alrededor de toda la estancia, y los aplausos, los silbidos y los gritos consiguieron ahogar hasta el sonido de los potentes altavoces. Gritos de histeria, lágrimas de alegría, y amplias sonrisas por parte de aquellas fans que habían sido partícipes de aquel secreto desde el principio. Todos los focos del escenario se posaron de repente sobre sus figuras, brillantes, rebosantes de alegría, bañándolos en un suave color plateado que hacía resplandecer sus amplias sonrisas como nunca antes. Quizás fuera eso, o quizás el mero hecho de besarse por primera vez, de mostrarle al mundo por primera vez que se pertenecían el uno al otro, y que no estaban dispuestos a ocultarlo ni un solo segundo más.

-I love you- le susurró Louis mientras continuaban abrazados, nariz contra nariz, bajo las miradas de complicidad de sus amigos, que tras haber acabado las ultimas notas de la famosa canción que consolidaba su relación como ninguna otra, aplaudían de manera efusiva y silbaban animando al público a seguir su ejemplo. El estrépito era increíble. Pero Harry tan solo había podido escuchar las palabras que Lou, su Lou, había pronunciado. Aún no podía asimilarlo. Aún no podía creerse que hubiera hecho eso, que lo hubiera besado, rompiendo todos los esquemas que les habían sido impuestos desde hacía demasiado tiempo, y gritándole al mundo que lo quería, y que era suyo.



-I love you too.- se atrevió finalmente a decir, pero a diferencia de él, lo hizo más alto, para que todos y cada uno de los ahí presentes, o que los estuvieran observando desde cualquier rincón del planeta pudieran escucharlo también, para que el mundo entero fuera testigo del vínculo que los unía, entonces, y para siempre. “As the anchor sired to the rope of eternity … and beyond”.

Capítulo 2.

Intentaba bajar los escalones con la mayor velocidad posible. Sinceramente, no estaba seguro de si era porque realmente aquel lugar se estaba cayendo a pedazos, o porque su corazón lo estaba haciendo. Trataba por todos los medios posibles evitar aquellos pensamientos.  Sin embargo, solo había algo en lo que involuntariamente podía pensar. Harry. Harry. Harry.

Paró en seco. ¿Qué acababa de hacer? Acababa de dejar al amor de su vida, tumbado en la tercera planta de un edificio en llamas que apenas se sostenía sobre sus cimientos, condenándolo a…ni siquiera podía pensar en ello… una muerte segura. Apretó los dientes. Fuerza de voluntad, Louis, se dijo a sí mismo, fuerza de voluntad. La niña. La niña es tu prioridad. Es lo que él habría querido, ¿recuerdas? Dios, ya estaba hablando en pasado, como si… como si… Era demasiado, no podía soportarlo.

Por un segundo tuvo el impulso de dar marcha atrás, subir los escalones tan rápido como los había bajado, abrazarlo como no lo había hecho nunca, besarlo,  y no volver a soltarlo jamás. Ofrecerle la oportunidad de seguir viviendo. ¿Acaso no la se la merecía? Por supuesto que sí. Si solo tenía 19 años, en qué demonios estaba pensando. Y era sin duda la mejor persona que había conocido y, estaba seguro, llegaría alguna vez a conocer. Pero precisamente por eso, sabía que lo único que podía hacer, era dejarlo ir.

Si en aquel momento sucumbiera a sus deseos egoístas y salvara a Harry, su relación nunca volvería a ser la misma. El ricitos era demasiado sensible como para soportar el saber que estaba vivo porque una niña de apenas cinco años había muerto, cambiaría, seguramente se encerraría en sí mismo,  y nunca volvería a mirarlo con los mismos ojos.

Estaba claro. Harry se habría sentido orgulloso de la decisión que acababa de tomar. ¿Por qué volvía a hablar como si ya no estuviera? Las imágenes de las llamas envolviendo su cuerpo lo turbaron… nadie permanecería inconsciente ante tan dolor… ¿Cómo podría condenarlo a lo que él mismo consideraba la peor muerte existente? Las rodillas le temblaron de nuevo.

Tragó saliva. Casi había olvidado que se encontraba descendiendo por algo así como el camino hacia el infierno y que trozos de madera chamuscados se desprendían del techo a cada paso. La salida. Dónde estaba la puñetera salida. La tos era insoportable. Harry. El aire era irrespirable. Sus besos. Las llamas le ardían la piel desnuda, y apenas era capaz de proteger a la niña que trataba de sujetar en los brazos temblorosos. Los despertares a su lado. Joder.

Trató de descender por la rampa improvisada que juntaba la escalera entre el segundo y el tercer piso, y acabó rodando sobre la moqueta alguna vez carmesí del pasillo. Se aseguró de que la niña estaba bien, al menos que seguía respirando, y continuó hacia el primer piso. ¿Dónde demonios estaban los bomberos? ¿Dónde demonios estaba toda la maldita gente? Notó que el aire escaseaba cada vez más, y que apenas podía respirar. La vista se le comenzó a nublar, y juraría sentir sabor a sangre en los labios. Continuó corriendo, o al menos lo intentó.

A partir de aquél momento, todo se convirtió en un confuso vaivén de imágenes, sirenas, gritos de horror y llantos, todo ello cubierto por una espesa capa de humo incesante.  

Varios bomberos haciendo señales con los brazos levantados en el aire mientras otro grupo se acercaba cargado de extintores, una muchedumbre curiosa que se agolpaba contra las vallas de seguridad  mientras los agentes de seguridad trataban de contenerles, todo ello salpicado por trozos ardientes del techo que apenas se sostenía ya sobre las columnas alguna vez blancas del hall principal. Trató de gritar su nombre, pero sus cuerdas vocales se negaban a colaborar, apenas era capaz de susurrar.

Alguien lo agarró por la espalda, y pudo ver como alguna otra sombra andante se llevaba a la niña hacia lo que creía ser una ambulancia. Su nombre. ¿Lo estaban llamando? Creía reconocer la voz. ¿Zayn, quizás? Lo empujaron hacia adelante y se dejó llevar. Por un segundo, las luces de los faros policiales lo cegaron. Trató de taparse los ojos con la mano derecha. Bullicio. Gritos femeninos que parecían atacarle feroces desde todos los ángulos. Solo quería hacerse pequeño, colocarse los auriculares que Harry le había regalado, y desconectar del mundo. El silencio era la única música que le apetecía escuchar en aquel momento. Su silencio.

Sentía que lo guiaban como a una pequeña marioneta defectuosa  y le hacían sentarse sobre una camilla algo apartada de aquel caos interminable. Alguien le estaba limpiando el pecho desnudo, y le acababan de inyectar algo en el antebrazo izquierdo. Trató de moverlo. Le dolía. De pronto, ya no le costaba respirar. Al menos no tanto. Era como si alguien le hubiera succionado los pulmones y los hubiera liberado de toda carga.

Poco a poco, fue recobrando la consciencia y los hasta entonces rostros de plastilina moldeable que paseaban a su alrededor comenzaron a tomar forma, convirtiéndose en personas reales, en médicos, enfermeros, bomberos. Hasta paparazis con sus enormes objetivos enfocados en la escena que tenían delante, hambrientos por capturar la imagen más sensacionalista y así poder restregarla al día siguiente en la portada de todos los periódicos del mundo.

De repente, reconoció a alguien. Zayn. Sí, sin duda alguna. Pudo apreciar su figura corriendo hacia él y sin darle tiempo a reaccionar lo abrazó con fuerza, haciendo que casi perdiera el equilibrio y cayera de la camilla sobre la que lo habían sentado. Estaba llorando. Se dio cuenta de pronto de que ambos lo estaban.

-¡Joder, Louis, joder! ¿Estás bien? Mírame, ¿estás bien? –volvió a insistir mientras le agarraba el rostro con las dos manos y lo miraba con atención, inquisitivo. Por fin la espesa niebla que se había apoderado de su cerebro se esfumó de golpe y reaccionó. ¿Cómo había llegado hasta ahí? El incendio… ¡EL INCENDIO! ¡Harry! ¡Harry, Harry, HARRY!

-¡HARRY ESTÁ DENTRO, en el tercer piso…! No he podido hacer nada, Zayn, no he podido hacer nada, yo, yo…-trataba de hablar atropelladamente. Había demasiada información, y demasiado poco tiempo- Joder, ¡haced algo! ¡QUE ALGUIEN HAGA ALGO! ¡HARRY SIGUE DENTRO!- esta vez gritó tan alto que hasta la muchedumbre agolpada detrás de las vallas de seguridad se volteó hacia ellos.

Entonces, como si finalmente hubiera vuelto en sí, se levantó de la camilla de un salto apartando a su amigo con el brazo y se acercó corriendo a la puerta, en un intento desesperado por volver a entrar dentro del edificio mientras dos enfermeras corrían detrás de él para intentar detenerlo. Los gritos se acentuaron de nuevo. Los bomberos lo empujaron hacia fuera y las enfermeras trataron de agarrarlo nuevamente en vano. Se alejó de ellas, y caminó en la dirección contraria, hacia el otro extremo de la calle. Zayn lo siguió por detrás. “Joder, joder , JODER”. Trató de alcanzarlo, pero éste no era capaz de quedarse quieto.

-¡HAN SUBIDO A POR EL!- consiguió hacer destacar su voz por encima de la ensordecedora avalancha de griteríos que se abalanzaba sobre ellos. Louis paró en seco y lo miró desconcertado. Zayn aprovechó entonces para acercarse y sujetarlo por los brazos. ¿Dónde narices estaban los demás?- Han subido a por él, Louis, estará bien ¿me oyes? Hazza es fuerte. Muy fuerte. Nadie lo sabe mejor que tú. Ya verás cómo dentro de un ratito vamos a ver sus ricitos aparecer por aquella puerta, ¿vale?  

Louis se quedó quieto durante unos segundos, y después, se permitió a sí mismo una leve sonrisa. Zayn lo volvió a abrazar. También él conocía mejor que nadie el vínculo que unía a sus dos amigos, y sentía que debía hacer las veces de pilar psicológico, pues si uno no estaba, el otro simplemente caía al precipicio.
A ninguno le importaba lo más mínimo convertirse en el segundo objetivo más importante de la noche para todas las cámaras televisivas que los seguían en directo. 
Al separarse para volver a fijar sus miradas en el edificio cuyas entrañas seguían ardiendo a fuego lento, pudieron escuchar varios murmullos desde la muchedumbre que les precedía a tan solo unos pasos.

“¡Oh my God, I think they said Hazza is inside!” “¡No way!” “¿¡Are you guys saying Louis just entered the building on fire to save him?! ¡SO LARRY IS ACTUALLY REAL! ¡THIS IS LIKE THE BIGGEST EVIDENCE EVER, I TOLD YOU!” Louis se giró para ver de dónde venían exactamente aquellos comentarios.
Las tres amigas se quedaron de piedra al verlo voltear hacia ellas, sin camiseta, con el cabello revoloteado, las mejillas todavía manchadas de carbón y el labio cortado, mientras los faros giratorios de las sirenas se reflectaban en sus ojos llorosos. Louis les dedicó una triste sonrisa, algo inocente, pero suficiente para que las tres entendieran la indirecta que ocultaba mucho más de lo que realmente acababa de expresar, y gritaron al unísono.

THERE HE GOES! – esta vez las palabras del moreno lo trajeron de golpe a la realidad. A la cruda realidad. Enfocó la puerta principal del edificio, y vio como varios hombres con máscaras empujaban con rapidez una camilla hacia la ambulancia más cercana. El bullicio general volvió a hacer acto de presencia a su alrededor. Louis no necesitó preguntar. Tan solo hizo lo que el cuerpo le pedía que hiciera a gritos.

Corrió de nuevo a todo pulmón, y en menos de tres segundos, tras apartar de su camino a dos guardias que trataban de hacer barricada, consiguió llegar hasta él. Hasta su Harry. Hasta su Hazza. Hasta su ricitos.
Le agarró la mano con fuerza y mientras seguían caminando, se acercó a besarlo en los labios. Delante de los desconcertados médicos. Delante de los guardias estupefactos. Delante de la muchedumbre de fans que se pegaban contra las vallas deseosas por captar una nítida imagen de lo que estaba ocurriendo, pues el humo que aún se respiraba alrededor no ayudaba a descifrar absolutamente nada.

Finalmente, consiguieron meter la camilla en la ambulancia al primer intento, Y Louis subió con él, no sin antes despedirse con la mirada de Zayn en el momento en el que las puertas quedaban herméticamente cerradas.  

Capítulo 1

La ventanilla estaba fría, aunque dentro de la limusina los veinte grados del aire acondicionado se hacían notar. Cruzó los brazos y se acomodó en el asiento, apoyando la cabeza en un costado, tratando de observar el panorama que les aguardaba en las calles. Apenas quedaba una semana para Navidad, y las tiendas rebosantes eran la pura prueba de ello. Sonrió. Ni siquiera recordaba la última vez que había entrado a una tienda, que había esperado una interminable cola para llegar a los cambiadores, ni la última discusión que había tenido con alguna dependienta aburrida. Echaba de menos todo aquello.

-¡Louis! Anybody there buddy? –pudo ver de reojo a Zayn sonriéndole desde el otro extremo del auto.  

-Estaba pensando… - contestó casi de manera automática, sin prestar demasiada atención a lo que fuera que estuviera ocurriendo a su alrededor. Las brillantes luces doradas de un gigantesco árbol de navidad habían captado su atención desde hacía rato. Le habría encantado sentarse en uno de los bancos cercanos, con la bufanda de lana que él le había regalado el invierno pasado  protegiéndolo del áspero frío y con una taza de chocolate caliente en las manos. De pronto, el semáforo se tiñó de verde, y el ruido del motor lo trajo de vuelta fuera de su ensimismamiento. -¿No echáis de menos todo esto? Los pequeños detalles. Un café con leche en el Starbucks a la vuelta de la esquina, tomar de la mano a alguien sin que al día siguiente sea portada de alguna revista sensacionalista, ir a patinar… no sé…la vida normal.- un atisbo de melancolía se coló quizás de manera involuntaria en su voz casi ahogada.

-Supongo que es algo que no nos podemos permitir - esta vez fue Liam el que habló después de un corto suspiro casi imperceptible– Todos lo echamos de menos. Es extraño… hace años soñaba con ser diferente, y ahora hay momentos en los que solo me apetece ser uno más.

-No creo que eso vuelva a ser posible, amigo mío. –Zayn volvió a tomar la palabra.
Silencio. De repente, nadie se atrevía a hablar, como si temieran resquebrajar aquella última esperanza a la que se aferraban cuando todo les quedaba demasiado grande, cuando se sentían pequeños ante un mundo demasiado extenso y frívolo.

Quizás fueran las copas de más, quizás la nostalgia navideña que luchaba por penetrar los cristales y envolverlo todo a su paso, o quizás el cansancio tras una larga gira, pero en aquel momento, todos fueron partícipes de algo extraño, un sentimiento que no habían sentido antes. Como si algo se estuviera rompiendo en su interior, como si algo fallara, y no supieran el qué.  A lo lejos, el ruido de varias sirenas se mezcló  de manera insólita con el bullicio callejero, recordando en cierta forma a las antiguas películas hollywoodienses de los sesenta.

-¡Vamos chicos, ha sido una buena noche! ¡Si hasta hace media hora estábamos bailando en el Prixton y bebiendo chupitos de tequila! No la fastidiéis, venga. Ya habrá tiempo para ponerse melancólicos, ¿pero hoy? Ni se os ocurra. Hoy solo quiero que disfrutemos la vida, el ahora. Juntos. Estamos viviendo el mejor momento de nuestras vidas. No lo dejemos ir.

Nadie rechistó cuando acto seguido el rubiales sacó una botella color granate de la mini nevera y les sirvió una copa a cada uno. Louis la agarró entre los dedos, y jugueteó un rato con ella. No le apetecía demasiado beber. Era cierto que corrían muy buenos tiempos para ellos, quizás los mejores, pero había algo que le impedía ver la perfección del momento en su totalidad. Exacto, él. Harry no estaba ahí. Y es que en aquel momento, y contra todo pronóstico quizás, habría dado lo que fuera por tener al ricitos a su lado. Una simple caricia suya, una palabra, o ni siquiera eso, una mera mirada, le habría bastado para volver a reconfortarse en el asiento y sonreír, y es que él era el único capaz de sacarle la más sincera de las sonrisas. Se sorprendía a sí mismo al darse cuenta de hasta qué punto había penetrado en su alma, hasta qué punto le quería.

Entonces, como si le estuviera leyendo el pensamiento, Liam apoyó uno de sus brazos en la pierna de Louis, intentando animarle de alguna manera. Todos los miembros del grupo estaban afligidos en cierta forma por la relación de sus dos compañeros, y trataban de brindarles el mayor apoyo posible, más aún a sabiendas  de que debían mantenerlo todo en secreto… malditos prejuicios. Y lo que aún era peor… ambos debían observar sin rechistar y tragar todas las lágrimas prohibidas mientras el otro se veía obligado a meterle mano a cualquier modelo internacional que la agencia les hubiera asignado. Como si fueran simples juguetes manipulables. Máquinas de dar dinero.

Hacía unos días su mánager les había sermoneado con un largo discurso sobre la repercusión que una relación de aquél tipo podría tener en el futuro de la banda, y que no podían permitirse tal egoísmo. Menuda ironía. Así pues, al menos durante un tiempo, los dos integrantes del grupo debían mantenerse alejados, no podían dejarse ver juntos, y algunos de los zombis desalmados que trabajaban para la compañía se habían encargado de difundir en la red la noticia de la supuesta neumonía de Harry que lo mantenía en cama desde así más de una semana.

La respuesta había sido mundial. Mientras los regalos de las fans llegaban a las puertas del hotel en el que se hospedaban durante su estancia en NY y las páginas de Facebook de los chicos habían sido bombardeadas literalmente por millones de mensajes de consuelo, los hashtags de twitter que incluían el nombre del cantante se habían multiplicado exponencialmente, llegando a alcanzar repetidamente la posición de trendic topic. Y mientras tanto, a Louis le habían obligado a hacer un viaje de cortesía a su ciudad natal, Doncaster, para acudir a una importante representación teatral que su hermana iba a hacer, dando así la imagen de que no le preocupaba demasiado la salud de su compañero, y que bien podría sobrevivir con los otros tres integrantes del grupo a su lado. Aquel era el primer día después de su precipitado e involuntario viaje al Reino Unido, y después de nueve días sin ver a Harry, realmente necesitaba volver a tenerlo cerca otra vez.
Entonces, de pronto, el cristal mate que separaba el compartimento de los chicos del chófer comenzó a bajar precipitadamente, sin previo aviso, y algunos pitidos de radio y varias voces entrecortadas se filtraron por el walkie talkie del guardián de seguridad.

-¿Qué ocurre?- preguntó Liam echando un vistazo al frente, a la carretera, y dándose cuenta de que pasaban de largo por una calle que desde luego no pertenecía al itinerario que debían seguir para llegar a su hotel habitual. Louis sintió un extraño pinchazo. Tragó saliva.

-Algo ha ocurrido en el Carlton, tenemos órdenes de llevaros a un piso franco alejado de la zona. –explicó casi sin inmutarse el agente, haciendo muestra de los posibles años de carrera que llevaba a sus espaldas, en los que probablemente habría vivido muchas situaciones semejantes, y ya había adquirido la experiencia suficiente para mantener la calma. Los chicos trataban de asimilar la información obtenida, demasiado escasa, pero chocante. Louis hincó las uñas en su pantalón. El Carlton. Harry.

-¿Cómo que algo ha ocurrido en el Carlton? ¿El qué? ¿Cuándo?- Silencio-¿Y Harry?- las palabras se atropellaban en su garganta, formando remolinos inentendibles que apenas era capaz de pronunciar con extrema agitación. Para aquel entonces ya se había levantado de su asiento y agarraba con demasiada fuerza el asiento del chófer por detrás. Zayn trató de contenerle.

-Louis, tranquilízate, seguro que no es nada.- trató de decir Niall, pero el inglés no estaba dispuesto a escuchar, no cuando se tratara de él, no cuando se tratara de Harry.
Por un segundo el agente de seguridad miró al chófer buscando cierta aprobación en su mirada, y tras el gesto afirmativo de éste, se dispuso finalmente a hablar:

-Hemos recibido el aviso de una explosión en la segunda planta del Carlton. No sabemos exactamente cómo ha pasado, o por qué, pero parece ser cosa de hace unos minutos. Están evacuando el edificio. No sabemos nada más. Y de Harry tampoco.
Por un segundo, y tan solo por uno, los chicos permanecieron quietos, en silencio. En shock quizás, incapaces de moverse o de articular palabra alguna. Louis se dejó caer de rodillas en el suelo aterciopelado de la limusina, con la mirada perdida en algún punto cercano a la puerta izquierda del automóvil  y el mini bar del que instantes atrás Niall había sacado una botella de vino con toda la tranquilidad del mundo, ajeno a lo ocurrido a tan solo manzanas distancia.

-Turn around.- ordenó Louis con apenas un hilo de voz, y sin atreverse a mover un solo músculo de su cuerpo. Pues sabía que si lo hacía, no sería capaz de parar. Harry. Su Harry. Por él lo haría todo, por él lo daría todo.

-Louis, se razonable, no podemos hacer es…- trató de explicar el chófer.

-TURN THE FUCKING AROUND! – el momento de inamovilidad había pasado, para dar paso a un completo estado de histeria incontrolable respaldado por la repentina adrenalina que corría por sus venas.

-Da la vuelta ahora mismo James. No nos vamos a ningún sitio sin Harry.- esta vez era Zayn el que hablaba, mientras trataba de abrazar a Louis por detrás.

-Tengo órdenes de…

-¡Me dan completamente igual tus putas órdenes, JODER! ¡Que pares el puto coche, ya!-esta vez fue Liam el que parecía haber perdido los estribos.

-Chicos, no puedo hacer eso…

-¡Pues no lo hagas!- Louis consiguió zafarse del agarre de Zayn y quitando el pestillo de seguridad de la puerta con una maestría y seguridad desconcertantes, la abrió y se dispuso a saltar. No estaba dispuesto a quedarse ni un solo segundo más en aquél maldito coche infernal.

-¡Louis, no! ¡Agarradle, joder!- el grito repentino de Zayn se mezcló con el chirrido ensordecedor de las ruedas frenando de golpe contra el asfalto, y como disparado por un rayo, Louis salió corriendo calle abajo, como si la mismísima vida le estuviera en ello. Y de hecho, lo estaba.  

El frío viento invernal de Nueva York chocaba contra su rostro de manera violenta, mientras continuaba avanzando a pleno pulmón esquivando grupos de jóvenes borrachos, fans chillonas desconcertadas y cabinas de teléfono que parecían estar puestas adrede en su camino. Por detrás, los demás integrantes de la banda y un agente de seguridad enfurecido le seguían a tan solo unos cuantos pasos. Pero nada le importaba. Ya no. De hecho, ni siquiera conocía muy bien aquellas calles y avenidas, no estaba del todo seguro de hacia dónde se dirigía, pero algo en su interior le decía que estaba bien encaminado, y aunque no lo estuviera, la excesiva cantidad de adrenalina no le habría permitido parar a comprobarlo.

Notaba un molesto escozor en los ojos, producto de la velocidad y los copos de nieve que ya caían desde hacía un rato, como si hubieran querido acompañarle en su aparentemente interminable caminata, pero no le importaba, nada lo hacía. Estaba seguro de haber escuchado su nombre varias veces desde algún punto remoto, o quizás no tanto, pero en cierta forma, había desconectado del mundo, y en su realidad, tan solo existían la maldita calle neoyorquina interminable y el Carlton. Y dentro, la persona a la que más había querido en la vida.

Finalmente, divisó una columna de humo negro y espeso a lo lejos, por encima del tejado de un edificio algo antiguo pero grande que se extendía  a unos doscientos metros distancia, y aunque el cuerpo le estuviera pidiendo a gritos que se detuviese, era incapaz de hacerlo. Tenía que seguir corriendo, debía hacerlo, podía hacerlo.

Cuando tan solo faltaban unos cuantos metros hasta dar por concluida la carrera, pudo por fin fijarse en el panorama devastador que se abría ante él. Un edificio enorme y elegante que hacía esquina en unas de las calles más populares del mundo, ardiendo a fuego lento, bañado en un mar de gritos, sirenas y luces cegadoras parpadeantes.

Por fin se quedó quieto. En la mitad de la carretera, con los brazos caídos a los costados. Inmóvil. Impasible. Creyó notar unos brazos agarrarlo por detrás en cierto momento. No estaba del todo seguro. Un bocinazo y las ruedas de un coche derrapando retumbaron en sus oídos. Su nombre. ¿Quién lo había llamado? ¿A él? ¿Dónde estaba? Levantó la cabeza de nuevo. Ah sí, el Carlton… esta vez desde otra perspectiva, desde la acera más alejada… El Carlton… ¡EL CARLTON! ¡HARRY!
Notó algo. Un golpe en su rostro. La mejilla le ardía. Cerró los ojos y volvió a abrirlos con fuerza. Por fin podía volver a centrarse. Zayn tenía sus brazos apoyados en sus hombros y lo miraba directo a los ojos, preocupado.
-¿Louis, estás ahí?
-Harry… ¿dónde está? ¿Qué ha pasado…joder Zayn...¡Las llamas!
-¡Louis, tranquilízate, respira! ¡Casi te atropellan! ¿Estás bien?

-Sí…eso… eso creo. – La verdad era que le dolía la cabeza y le costaba respirar.Volvió a centrarse. Todos estaban ahí, sus tres compañeros más el agente de seguridad. Creía ver al chófer llegar a lo lejos, corriendo a un paso ridículamente lento.

-Vale, escucha…no sabemos dónde está Harry, Louis. El supervisor de los bomberos nos ha dicho que creen haber evacuado a todo el mundo, pero…

-¿Creen? ¿Cómo que creen? Esperad…- tras varios intentos torpes, Louis consiguió finalmente encontrar el pequeño móvil en su bolsillo derecho y sin necesidad de acceder a la gente, marcó el número de Harry. El apodo “you” apareció en la pantalla por un segundo, hasta que se volvió negra y la imagen se vio reemplazada por unos pitidos chirriantes. El móvil estaba apagado o fuera de cobertura. –No… Harry está dentro, lo sé.
-Louis, escucha. –esta vez Liam tomó el relevo.- Harry no puede estar dentro. Los bomberos lo habrían sabido…

-Liam, si hubiera salido, lo primero que hubiera hecho habría sido llamarnos. No. Él sigue dentro. No me preguntes cómo lo sé, pero lo sé. –y de pronto, por primera vez, quizás inconscientemente, las lágrimas hicieron acto de presencia. Sentía que su mundo entero se venía abajo, aunque de nuevo la adrenalina no lo dejaba desplomarse. Zayn de alguna manera supo que Louis tenía razón, y trató de abrazarlo, pero no hubo tiempo.

Recuperando la destreza que le caracterizaba, cruzó la calle con rapidez y se acercó al grupo de agentes de seguridad más cercano. Los ojos le escocían de nuevo, pero esta vez no era culpa de la helada, sino de las abrasadoras llamas que se extendían por todo el edificio, desprendiendo chispas que caían hasta la acera y dejaban agujeros en los lugares en los que la nieve aún no se había derretido del todo.  

Sin embargo éstos le echaron hacia atrás y le impidieron avanzar. Todo civil ajeno al grupo de emergencias debía guardar el perímetro de seguridad. Al parecer el edificio estaba en un estado deplorable, y era muy peligroso adentrarse de nuevo entre las llamas. No podía hacer nada. Solo rezar porque todos los clientes hubieran sido evacuados en la primera tanda de emergencia y dejarles trabajar. Sintió impotencia. Y eso lo quemaba por dentro incluso más que las llamas que ardían a escasos metros distancia. Volvió a llamarle al móvil. Nada. Entonces divisó en el otro extremo de la calle al grupo de evacuados del hotel, y se dirigió hacia ahí corriendo. Algunos lo reconocieron, otros no. Juraría que alguna chica hasta lo agarró del brazo, pero se zafó con rapidez. En aquel momento nada ni nadie le importaban.

Tal y como había predicho, Harry no estaba. Lo sabía, tenía razón. Sin embargo, y aunque en circunstancias normales habría corrido hacia los demás y les habría echado en cara el haber tenido razón, esta vez, era lo último que quería hacer. Esta vez, tenía otras prioridades. Y le daba igual quien se interpusiera en su camino.

Corrió hacia la entrada principal del hotel, y consiguió evadir la barrera policial. Varios agentes trataron de seguirlo dentro, gritándole y exigiéndole que volviera, pero ya era tarde. Louis ya había conseguido escabullirse y subía lo más rápido que podía por las escaleras, antes de que una columna artificial envuelta por las llamas cayera y les cortara el paso a aquellos que trataron de detenerlo. Antes que cruzar la esquina hacia las escaleras que conducían al siguiente piso, echó una última ojeada hacia la calle inconscientemente, en el caso de que fuera la última vez que tuviera la oportunidad de hacerlo. Niall y Zayn peleaban contra los agentes cuerpo a cuerpo para conseguir entrar dentro, pero no iban a cometer el error de volver a dejar a alguien entrar. Por un solo segundo, las miradas de Zayn y Louis se encontraron, y el segundo podía haber jurado que vio a su amigo susurrarle que tuviera cuidado. Afirmó con la cabeza, y siguió corriendo hacia el siguiente piso.

No fue hasta ahí que se dio cuenta de por qué realmente ni siquiera los bomberos se atrevían a entrar ya al edificio. El aire era casi imposible de respirar, el humo le penetraba en los pulmones y le dificultaba la vista, y el calor era abrasador. Las llamas le cortaban el paso a cada paso que daba, y las alternativas estaban empezando a escasear.

-¡Harry!¡HARRY!- su habitación estaba en el tercer piso, así que esperar que lo escuchara desde la primera planta, en medio del ensordecedor ruido de las sirenas que en el exterior seguían sonando era ser demasiado iluso, pero en aquel instante, estaba dispuesto a intentar lo que fuera.  
Siguió avanzando como pudo, cruzó el segundo piso entero y llegó a las escaleras que conducían al último.

Sin embargo, varios escalones estaban rotos, dejando un agujero de unos diez metros mínimo hasta el hall principal que quedaba justo por debajo de sus pies. Volvió a gritar su nombre. Por un solo segundo la idea de que quizás él ni siquiera estuviera ahí cruzó sus pensamientos. Era demasiado tarde para plantearse eso, y aunque tan solo existiera un uno por ciento de posibilidades de que Harry siguiera atrapado en algún lugar del edificio, él entraría a por él.

Logró arrancar un panel de madera de una de las paredes que estaban resquebrajadas por las llamas, y tras asegurarse de que no estaba quemado por dentro y que podría aguantar probablemente su peso, lo colocó a modo de paso entre los escalones que faltaban, algo así como una especie de rampa. No era ni de lejos segura, y cabía la posibilidad de que se rompiera. Pero era su única opción.

Volvió a gritar su nombre. Nada. Se tumbó sobre la rampa, y haciendo impulso con los pies y agarrándose con las manos, consiguió subir hasta el tramo de escalera que seguía resistiendo. Subió hasta el tercer piso. ¿Dónde estaba su habitación? Las paredes estaban caídas, había montones de escombros absorbidos por las llamas en todos los recovecos, y respirar era casi tarea imposible. Harry seguía sin contestar. Se quitó la camiseta y trató de apagar una llama que le impedía pasar. Finalmente, consiguió acceder al extremo más alejado del pasillo, que pertenecía a la zona en la que dedujo que se alojaban.
Trescientos dos. Trescientos tres. Trescientos cuatro. El letrero casi carbonizado marcaba el número de la suite que ambos compartían. Harry. No obtuvo respuesta. Se echó varios pasos hacia atrás, y cogiendo impulso, tiró la puerta al suelo de una patada. Ya estaba bastante debilitada por el incendio, así que no fue tarea difícil.

Tal  y como era de esperar, el panorama no era demasiado diferente en el interior de la habitación. Sin embargo, algo no cuadraba.
-¡HARRY! ¡HARRY!- tan solo se escuchaba el ruido de las llamas arder de fondo-¡Vamos, ni se te ocurra hacerme esto, me oyes, ni se te ocurra!
Caminó hasta el baño y hasta el balcón, pero nada. La habitación estaba desierta. Sin poder controlar sus impulsos, golpeó la pared más cercana con el puño derecho. La sangre comenzó a brotar de sus nudillos doloridos. No le importaba.

-¡HARRY! ¡Come on, show up! I know you’re here, you have to be here! Don’t you dare do this to me, you hear me? Don’t you dare!-de pronto, sintió que las piernas le flaqueaban, y se dejó caer sobre alguna alfombra exótica traída desde la India.-I should have protected you…I should…I should have been here with you…¡GOD!-otro golpe, esta vez contra el suelo. Las llamas se oían cada vez más cerca. – I promised you I’d never let anything happen to you…please…you know I can’t live without you… you know I can’t…

Las lágrimas surcaban su rostro sin tratar siquiera de detenerlas. Solo le apetecía gritar, y golpear algo…o a alguien… ¡a los malditos jefes de la maldita compañía que le obligaron a hacer aquel maldito viaje y se inventaron aquella maldita mentira!
Sentía las llamas rodearle, notaba el olor a quemado atravesar sus pulmones y la tos era cada vez más frecuente. De repente, la adrenalina que hasta entonces había dirigido todas y cada una de sus acciones se esfumó como por arte de magia, y se quedó solo, de rodillas y rendido.

La misma habitación que había sido testigo de tantos besos y abrazos, de tantas promesas y sonrisas, ahora sería finalmente testigo del final de un amor que ahí mismo habían jurado interminable. “Don’t ever let me go”-le había dicho. “I won’t”- le contestó él. “¿No matter what?-volvió a preguntar Harry. “No matter what. Wherever you are, I’ll always find you”.
 Louis sonrió. Qué ironía. Tan iluso…pensando que siempre podría encontrarle, volver a él, pasara lo que pasara. Por un segundo miró el tatuaje de su brazo…una brújula. Caprichos e ironías de la vida. Cerró los ojos. Otra lágrima.

A menos que… volvió a abrir los ojos. A menos que…¿sería posible? Se levantó y volvió a mirar alrededor. Las llamas habían avanzado significativamente, y ahora se alzaban furiosas hasta el techo. “Harry”, volvió a gritar. Seguía sin obtener respuesta. Salió al pasillo, y esquivando escombros se colocó exactamente en frente de la escalera principal, de modo que había quedado en medio del pasillo que cruzaba la planta entera. Miró su brújula. ¿Sería posible?
Sin mayores preámbulos, decidió seguir la dirección de la flecha que marcaba la brújula. Trató de correr. Era entonces o nunca. Todo o nada. Llegó al final del pasillo, y entonces, lo vio. Caído detrás de un montón de escombros.

Se acercó corriendo y se arrodilló a su lado. Lo tumbó boca arriba y lo llamó varias veces. Nada. Por un segundo se quedó quieto y lo observó. Llevaba los ricitos despeinados, y tenía un corte en el labio inferior. Sintió que algo explotaba en su interior. Lo besó. Tenía que hacerlo, necesitaba hacerlo. Seguía respirando. Resopló aliviado. Sujetó su cara entre las manos, y tras acariciarle el cabello, volvió a besarlo.

-Come on sweetheart, come on… I promised you I’d never let you go, didn’t I? You see? I made you a promise…and here I am. Here we are. Please…wake up, do it for me. I used my compass to find you…you know? You smart boy…you knew I would do that…didn’t you? Come on…- apoyó su cabeza sobre el pecho de su novio y lo besó suavemente- We still have so much to do onwards. Remember? We still have to kiss each other during a concert…and send to hell every single one of the company, don’t we? Please… I cannot do that alone. I need you…

Sin embargo, no obtuvo respuesta. Se levantó, y decidió cargar con él hasta la salida. Encontraría la manera. Sabía que lo haría. Colocó su brazo por detrás de su espalda, y consiguió recuperar el equilibrio. Muy bien.
Pero entonces, algo ocurrió. “Oh, no”. ¿Cómo no se había fijado antes? A apenas un metro distancia, yacía en el suelo el cuerpo inerte de una niña que apenas pasaría de los cinco años. Sintió que se le rompía el corazón. Por eso Harry no había conseguido escapar.
Se quedó quieto, en medio del calor abrasador, sujetando al amor de su vida, y con los ojos fijos en la inocente carita de la niña rubia. Consiguió volver a reaccionar, y tras dejar a Harry en el suelo, se acercó a la niña y comprobó que siguiera respirando. Lo estaba, estaba viva. Suspiró aliviado. Aunque eso solo podía significar una cosa. Tragó saliva.

Agarró a la niña en un brazo, y trató de cargar con Harry utilizando el otro. Apenas avanzó dos pasos y los tres chocaron de manera involuntaria contra el suelo. Era imposible. La tos era cada vez más atosigadora, y apenas era capaz de distinguir el camino a través del humo. Miró de nuevo a Harry. Él la había salvado. Había preferido arriesgar su propia vida para tratar de ayudar a la niña. Porque así era él. Así era Harry Styles. Y así era como siempre lo recordaría. Y por eso lo quería tanto, más que a nada en el mundo. Otra lágrima cruzó su mejilla.
Y mientras seguían tumbados, uno enfrente del otro, volvió a besarlo, con suavidad, como si fuera de porcelana y se fuera a romper.

-I love you…-le susurró al oído, como tantas otras veces había hecho, y sin permitirse ningún otro gesto más, cogió a la niña en brazos, y se dirigió hacia las escaleras, y antes de comenzar a bajarlas, miró por última vez al que había sido, era, y siempre sería el único amor de su vida. –And I will never let you go…I promise. 

Resquebrajando tu castillo

Suspiras, y una pequeña nube de vaho comienza a cobrar vida sobre la impasible y helada superficie del ventanal. Sientes envidia. El fino cristal sigue exactamente igual que ayer. Mañana seguirá igual que hoy. E incluso al cabo de diez años, su estructura seguirá intacta, inmune al tiempo y a sus hazañas. Deseas asemejarte en cierta forma a él. Ser inquebrantable, o al menos parecerlo, no tener miedos ni fervientes deseos, permanecer callada, invisible, pero siempre presente. Permanecer ahí, y saber que las roñadas bisagras jamás permitirán tu marcha. Que estás sujeta, y no caerás.

Te sientas y apoyas los brazos sobre tus rodillas desnudas. Una sensación de frío sobrecoge tu cuerpo al rozar con tus dedos el gélido vidrio. Te apartas apenas unos centímetros, y mueves varios mechones de cabello  de tu rostro. Resoplas. Cierras los ojos. Un día. Tan solo 24 horas han sido suficientes para desmantelar tu realidad, para resquebrajar cada uno de los ladrillos sobre los que habías asentado tu vida, tus sueños, tu ser.

Apenas 1440 minutos antes, creías haber encontrado la armonía, el equilibrio. Estabas tranquila contigo misma. No derrochabas alegría a tu paso, pero al menos eras capaz de caminar, con paso firme y seguro, aunque algo tímido. Pero te mantenías de pie, te movías con sutileza y destreza tras años de práctica sobre las piedras de tu vida, conocías los caminos fáciles y seguros, e huías de los inciertos y poco aconsejables. Conocías la base de tus creencias, que se erguían firmes como una torre jerarquizada para construir la columna vertebral de tus aspiraciones. Estudios. Familia. Trabajo. Amigos. Tal vez novio. Habías aprendido a sonreír y a acoger a la rutina entre tus frágiles brazos. Estabas segura. Te sentías segura. Y te gustaba que fuera así, aunque en tu interior un ardiente y acallado deseo demandara exhaustivamente algo más.

Y de repente, una ola inesperada golpeó las paredes de tu fortaleza con la fuerza de un huracán, creando grietas al principio y después  derrumbando tu castillo, convirtiendo sus ladrillos en apenas arena movediza, retumbando en tu interior como canica imparable que se desliza por un túnel sin fin.  Y ya no estás segura. Ya no conoces ni entiendes tu realidad.


Ha aparecido él, y ha llegado para quedarse, y aún no sabes si es el culpable de tu caída, o si en cambio va a rescatarte del despedazado barco destinado al naufragio en el que habías navegado durante  toda tu vida. 

Ángel o demonio.

Las ráfagas de viento comenzaron a cesar y las cortinas dejaron de moverse con tanto ímpetu. Entonces lo vi, sentado sobre el borde de mi cama, con las mangas de la camisa remangadas y el cabello alborotado. Parecía desconcertado, abrumado, preocupado. Me acerqué a paso lento, cuidando cada uno de mis movimientos, luchando por oprimir las ganas de besarle, de abrazarle, de protegerle con mis propias manos, con la sangre de mis venas, tratando de controlar el deseo que llevaba dentro.


Me dediqué a recordar aquello por lo que había llegado a odiarlo, e ignoré la pregunta de cómo había llegado hasta ahí. Juraba haber echado el cerrojo, pero eso no me importaba en absoluto.

Era Damián. Por muy extraño que resultara nuestro encuentro, no me haría daño. No se atrevería a tocarme si quiera.


Me quedé quieta a poca distancia de la cama, de pie, de brazos cruzados, esperando alguna explicación. Las campanas de la iglesia sonaron once veces, once rítmicos golpes que parecían alargar aún más nuestro silencio. Una melodía de fondo que le ofrecía un aspecto tétrico a nuestra pequeña escena.


-Damián...-susurré con la voz casi apagada. Juré apenas oírlo yo misma. Hubiera querido gritar, saltar, chillar, pegar, golpear, insultar, arrojar todo lo que estuviera en mi camino sobre él, sin embargo, mi cuerpo no reaccionaba a mis internos deseos. El ángel que había en mi interior parecía estar actuando. Mi voz quebró en un silencioso pero agotador llanto.


-Lo siento. - al cabo de un rato un remoto susurró se dejo escuchar. Su voz sonó dolida, arrepentida, triste, rota, sin vida. Quise abrazarle, acariciarle cada pequeño mechón de su cabello y perderme en su mirada mientras le susurraba lo mucho que le había echado de menos y absorbía su aroma hasta lo más hondo de mi ser, pero no podía hacerlo, no debía rendirme. La culpa había sido suya. Las noches en vela después de su ida vinieron como un torbellino amenazante y doloroso a mi mente. Quise desecharlas, pero no pude. Lágrimas derramadas, ilusiones rotas, palabras olvidadas.


-Me abandonaste.- solté con sequedad. Por un momento quise herirle, igual que él me había herido a mi tantas veces con sus mentiras, con su misterio, con su sonrisa, con su maldita perfección.


-Era lo mejor. - contestó todavía con la cabeza gacha. Al parecer no se atrevía a mirarme a los ojos. En cierta forma, era mejor así, al menos por ahora. Si viera el dolor atravesar sus azules pupilas no sería capaz de controlarme. No aguantaba verlo sufrir, me dolía demasiado. Más que cualquier otra cosa en el mundo.



-No. Era lo más fácil. Pero no lo mejor. - repliqué. Mi voz temblaba y mis ojos comenzaban a humedecerse.


-No podía permitir que estuvieras cerca de mi, Valeria . No después de que supieras lo que era.


-Tú no eres uno de ellos, Damián. - la seguridad de mi tono me sorprendió. Algo en mi interior sentía el calor que emanaban los dulces latidos de su corazón. Él no podía ser como ellos, no lo era.


-Lo soy Valeria, lo soy.- levantó la cabeza y clavó su mirada en mis ojos. Por un instante, sus pupilas se volvieron verdes, de un color tan intenso que incluso me hicieron daño. Pero cuando recuperaron su color inicial, mi alma se quebró. Nunca antes le había visto tan abatido, tan derrumbado, tan agotado.


-Damián... cada uno elige su destino, nada está escrito. Puede que te hayan marcado como uno de ellos, pero algo aquí dentro...- me acerqué a él y me senté a su lado. Posé mi mano sobre su corazón y noté las palpitaciones de éste a través de mis dedos.- ...algo aquí dentro...sabe que perteneces al bando contrario. Mírate . Ellos gozan con el sufrimiento de la gente, y nunca se permiten derramar lágrimas, ni si quiera sienten la necesidad de hacerlo, nunca. Tú en cambio.. sufres en silencio con las desgracias de los demás y te duele no poder remediarlo. Un demonio no haría eso. Un demonio, no tiene sentimientos, no tiene alma, su corazón no late tan alocadamente como el tuyo.


Por un momento, no existíamos más que él y yo en el mundo y me permití el lujo de perderme en su mirada. Besé su mejilla derecha. Acto seguido cerró los ojos y disfrutó el tacto. Él también me había echado de menos, lo sabía.


-Eres demasiado buena para mí, Valeria.


-Tal vez yo no quiera un ángel, Damián. A lo mejor bastante tengo conmigo ya. Quizás mi corazón lo que necesita es algo diferente, una mezcla de maldad y puro amor y compasión. Eso es lo que eres. Tal vez no seas perfecto, pero eres perfecto para mí.


Nuestros corazones comenzaron a latir con fuerza y nos miramos fijamente a los ojos. Había ansiado tanto tiempo aquél momento. El instante de poder volver a disfrutar de su mirada, de la paz de sus ojos, poder volver a sentir el suave tacto de su fría piel, poder hinchar sus labios con los míos y enrojecer sus mejillas de pura pasión.


La cercanía era demasiado peligrosa y tentadora. Pronto sujetó mi rostro con sus firmes manos y rozó mis labios con los suyos, los saboreó, los besó con cariño y necesidad, con amor y pureza. Había cambiado, lo notaba. Todo era diferente.


-No me queda nada.- las palabras se prolongaron a través de sus labios y se perdieron en la tranquilidad del ambiente. Negué con la cabeza.


-Damián, te lo dije una vez y te lo vuelvo a decir. No estás solo. Me tienes a mí. Yo nunca te voy a dejar, no podría hacerlo. Con solo verte así se me parte el alma. Eres lo más importante que tengo. ¿ O es que acaso eso no te importa?- repliqué entre susurros. Por un momento sentí una punzada de miedo en mi interior, pero la deseché en el momento. Damián me quería, lo sabía, lo sentía.


-Nunca más vuelvas a decir que no me importas. Pero tengo miedo. ¿Y si no puedo resistir la tentación? ¿ Y si caigo y te hago daño?- su mirada se perdió en el vacío. En su mente, una trágica escena estaba teniendo lugar, una escena, en la que yo me convertía en lo que ellos eran. En un monstruo. Un monstruo que solo vive de las desgracias de los demás.


-No caerás Damián. Y si lo hicieras, yo estaría avisada y lo impediría. No tenemos por qué sufrir así , es en vano. Ellos nos dejarán en paz tarde o temprano. Pero tienes que elegir tu bando. Tu corazón ya ha escogido, ahora, es tu mente la que debe tomar la decisión final.- acaricié su hombro y me levanté. Caminé a paso lento hasta la ventana, y un halo de luz bañó mi rostro en miles de destellos que parecieron cegarme por un momento.


-¿Y si escoge mal?


-No lo hará. ¿Y sabes por qué?- volví a acercarme a él y tomé una de sus manos entre las mías. La besé con dulzura y volví a dirigirle la mirada de nuevo.- Porque eres bueno. Porque tu corazón es el que manda en tu cuerpo, y no tu cabeza. Y porque yo voy a estar siempre a tu lado para ayudarte a escoger. Te lo prometo.


-Te hice daño Valeria, casi maté a tus padres.


-Pero no lo hiciste. ¿ Por qué? Porque eres bueno, lo repito, porque nunca serías capaz de hacer daño a los que verdaderamente amas, a los que te importan. Duna y sus discípulos intentaron hacerse con tu alma, pero no lo consiguieron. Tal vez en un principio hayas elegido el camino equivocado, pero has encontrado la verdadera respuesta sobre la marcha. Y eso es lo que importa.

Tú eres de los nuestros, Damián. Todo está perdonado, empecemos desde cero, hagamos como si nada hubiera pasado.


-¿Piensas borrar los últimos meses de nuestras mentes?- preguntó con una media sonrisa dibujada en el rostro.


-Nah, sólo los malos momentos. Además.. de eso...- dije señalando el libro con la mirada- ...no puedo librarme ni aunque yo quiera. Al parecer... si eres un ángel, no se aceptan dimisiones.


-Tampoco si eres uno caído.


-Los ángeles caídos no tienen misiones, por lo tanto, su vida es libre. No hay ningún libro que les persiga a todas partes.- bromeé con una amplia sonrisa en mi rostro- así que...Mi nombre es Valería, un gusto conocerle.


Lo vi sonreír después de tanto tiempo sumido en la tristeza y la amargura. Tomó la mano que yo había tendido y la besó con suavidad, con cierto gesto de cortesía.


-Damíán, es un placer.- contestó con cierto humor bromista.


Rodeé su cuello con mis brazos y lo besé. Todo había terminado. O tal vez debería decir... había terminado de empezar.


La voz de Natael resonó en mi fuero interior.

“ Tus enemigos nunca descansan, Valeria.”


Hay momentos en los que sientes que lo mejor sería desparecer, dejar de existir, que tu corazón simplemente dejase de latir. Tantos sentimientos borrados por el paso del tiempo, tantas ilusiones destrozadas en pedacitos en tan solo segundos, tantos sueños rotos.
Tantos recuerdos que simplemente no dejan de acudir a tu memoria a cada instante, torturándote por dentro, formando un enorme agujero en tu interior, que cada día que pasa, parece extenderse más y más, y con cada pequeño centímetro de expansión, se intensifica todavía más el dolor.
Y sientes que ya nada tiene sentido.

Notas sus perversas caricias sobre tu cuerpo, y te da asco. Intentas ignorarlo, pero no puedes, porque poco a poco se van intensificando, y te vas regocijando cada vez más en tu interior, encerrándote en ti misma, negándote a todo, pero aún así, dejándolo pasar, dejándolo ocurrir.

Después, todo se vuelve negro. Él desparece y solo quedan voces. Gritos remotos que te parecen demasiado lejanos como para ser entendibles, olas invisibles que se llevan tus pensamientos consigo, que te dejan en la penumbra, en algo demasiado turbio como para poder comprenderlo.
Sientes dolor, nauseas, golpes. Alguien te está pegando. Lo oyes, pero no lo ves. Te escuchas a ti misma gritar, aunque quizás, solo sea una reacción de tu cuerpo, pues tu alma no parece estar reaccionando. Ya todo te da igual. Ya nada importa. Nada puede ser peor que eso.
Ni siquiera la misma muerte.

Por siempre.




Notar el ardor de tus cálidos labios al rozar los míos, entremezclándose con pasión y delirio, formando el más exquisito manjar, es como comenzar a flotar, a volar, a sentirme ligera, a ascender hasta las nubes, es igual a perderme en el espacio, a ser libre, a poder degustar por fin el verdadero sabor de la felicidad, a poder sonreír de nuevo sin maldecirme a mi misma por tener que fingir, sin oprimir mi corazón con angustia y tristeza. Es igual a alcanzar el cielo.


No quería ni imaginarme el momento de la separación, que tarde o temprano llegaría, lo sabía. Pronto comencé a notar un fuerte ardor en el pecho, no sabía si era por la falta de oxígeno en mis pulmones, o si simplemente se debía al nerviosismo y a la felicidad.


Considerando que sería a causa de la primera opción, comencé a separarme poco a poco. Mi rostro pesaba más que nunca, y nuestros labios parecían luchar por mantenerse unidos.

Apenas me separé varios centíemtros. Aún percibía tu cálido aliento sobre mis hinchados labios. Abrí los ojos. Dejé que se perdieran en tus verdes pupilas.

-Es increíble...-susurre con apenas un hilo de voz. No sabía el motivo, aunque lo sospechaba, mas mis cuerdas vocales parecían no querer responderme y mis labios parecían ser lo úncio que aún me pertenecía y sobre lo que todavía poseía el control. Lo deseaba. Volver a sentirte tan pegado a mí, volver a estar unidos, cuando aún no nos habíamos separado si quiera.

Entonces me abrazaste, me acurrucaste contra tu pecho y me besaste la frente. En cierto modo me molestó, mis labios ardían de deseo y buscaban ansiosos en la oscuridad los tuyos. No los encontrararon. Al menos no todavía.

-Te amo. - susurraste rompiendo el silencio. Tus palabras chocaron contra la paz que envolvía el lugar y la magia que desprendían se enredó en la atmósfera. Me sentía como en sueños. Entonces, una vana y lejana pregunta apareció en algún rincón de mi mente.

¿Y si era tan solo eso? ¿Y si pronto me despertaría sola e n mi cama y todo desaparecería de repente?

No me importaba. Si así era, quería saborearlo mientras aún podía.

Levanté el rostro con pesadez y busqué tu mirada. Entonces, volviste a besarme, no hacía falta que contestase a tus palabras, ya conocías mi respuesta. Nuestras lenguas volvieron a entremezclarse, en un juego mágico, en una danza ansiada por ambos.

-Aún no lo puedo creer...-susurré separándome por un instante. Te agarré fuerte, no quería soltarte, lo último que deseaba era que te fueras, que te fueras y que no volvieras, que todo aquello desapareciera como por ensalmo y que no pudiera detenerlo. Que perdiera todo lo que había conseguido.

-¿Qué es lo que no crees?- me preguntaste con tu voz aterciopelada. Acaricié uno de tus labios con la yema de mi dedo corazón. Estaba caliente. Caliente y húmedo. Parecía invitarme a tomarlo preso de nuevo. Me contuve.

-Que todo esto sea cierto...que estemos aquí...en lo alto del mirador, juntos, abrazados, sintiendo lo que sentimos el uno por el otro. Temo estar soñando. Tengo miedo de que te vayas...de que me dejes...-confesé con la mirada perdida, perdida en las lejanas olas que chocaban contra la costa envolviendo las ásperas rocas con su blanca espuma, en el vaivén que envolvía el oscuro mar a estas tardías horas de la madrugada.

-No lo temas mi pequeña, te juro que es cierto. No me voy a ir. ¿Cómo podría dejarte si ni siquiera soy capaz de soltarte tan solo un segundo?

-No lo sé, la vida da tantas vueltas.

-Te prometo que estemos donde estemos, pase lo que pase, siempre estaré a tu lado. Estaré eternamente junto a ti en cada instante, desde los más insignificantes hasta los más importantes. Nunca te dejaré.

-Mi vida era un remolino de oscuridad y tristeza antes de que tú llegaras. Ahora todo es diferente, hay una luz que ilumina mi camino.- te dije sonriendo mientras volvía a dirigirte la mirada. Tú hiciste lo mismo. Nuestras pupilas se encontraron.

-Eres increíble.- me volviste a susurrar bajito al oído, como si temieras que alguien pudiera escuchar nuestra íntima conversación. Te besé los labios con brevedad y volví a separarme. Mis pulmones aún exigían aire.

Te agarré la mano y la apreté fuertemente entre las mías. Se notaba suave y caliente. Las mías en cambio estaban frías como el hielo.

-¿Tienes frío?

-Solo un poco, pero no me importa.- contesté.

Me apretaste más contra tu pecho y me acurrucaste junto a ti dentro de tu chaqueta. Así, apoyando la cabeza sobre tus pectorales, era capaz de escuchar el ritmo de tu corazón, de notar las palpitaciones que parecían llevar el mismo ritmo que las mías. Nuestros corazones se correspondían el uno al otro. Lo sabía. Y estaba segura de que tú también te habías dado cuenta de ello.

-Se está haciendo tarde.

A lo lejos se escuchó el sonido de unas campanas apagadas y tu reloj marcaba las dos. La luna yacía brillante sobre nuestras cabezas, emprendiendo su camino hacia el horizonte a paso lento.

-Deberíamos irnos.

-No quiero.

-Yo tampoco, pero no quiero que tengas problemas con tu padre.

-Me da igual.- cerré los ojos y apreté mi cabeza contra tu pecho con aún más fuerza, agarrando con poca sutileza tu camisa. Me sonreíste. No lo ví, pero lo sentí.

-No quiero tener que rescatarte de tu propia casa.- bromeaste.

Sonreí. Era hora de irnos. Me resigné a ello. Me incorporé de un salto y me removí la ropa. Juraría que tendría la falda verde por pasar tanto tiempo sentada sobre la hierba fresca.

Me tomaste la mano y nos dirigimos colina abajo. Dos sombras medio abrazadas caminando en silencio bajo la luz de la luna, amándose en silencio, sabiéndolo solo ellos. Eso es lo que eramos.

Desde ese momento, con la luna de testigo, juré amarte para siempre.