Las ráfagas de viento comenzaron a cesar y las cortinas dejaron de moverse con tanto ímpetu. Entonces lo vi, sentado sobre el borde de mi cama, con las mangas de la camisa remangadas y el cabello alborotado. Parecía desconcertado, abrumado, preocupado. Me acerqué a paso lento, cuidando cada uno de mis movimientos, luchando por oprimir las ganas de besarle, de abrazarle, de protegerle con mis propias manos, con la sangre de mis venas, tratando de controlar el deseo que llevaba dentro.
Me dediqué a recordar aquello por lo que había llegado a odiarlo, e ignoré la pregunta de cómo había llegado hasta ahí. Juraba haber echado el cerrojo, pero eso no me importaba en absoluto.
Era Damián. Por muy extraño que resultara nuestro encuentro, no me haría daño. No se atrevería a tocarme si quiera.
Me quedé quieta a poca distancia de la cama, de pie, de brazos cruzados, esperando alguna explicación. Las campanas de la iglesia sonaron once veces, once rítmicos golpes que parecían alargar aún más nuestro silencio. Una melodía de fondo que le ofrecía un aspecto tétrico a nuestra pequeña escena.
-Damián...-susurré con la voz casi apagada. Juré apenas oírlo yo misma. Hubiera querido gritar, saltar, chillar, pegar, golpear, insultar, arrojar todo lo que estuviera en mi camino sobre él, sin embargo, mi cuerpo no reaccionaba a mis internos deseos. El ángel que había en mi interior parecía estar actuando. Mi voz quebró en un silencioso pero agotador llanto.
-Lo siento. - al cabo de un rato un remoto susurró se dejo escuchar. Su voz sonó dolida, arrepentida, triste, rota, sin vida. Quise abrazarle, acariciarle cada pequeño mechón de su cabello y perderme en su mirada mientras le susurraba lo mucho que le había echado de menos y absorbía su aroma hasta lo más hondo de mi ser, pero no podía hacerlo, no debía rendirme. La culpa había sido suya. Las noches en vela después de su ida vinieron como un torbellino amenazante y doloroso a mi mente. Quise desecharlas, pero no pude. Lágrimas derramadas, ilusiones rotas, palabras olvidadas.
-Me abandonaste.- solté con sequedad. Por un momento quise herirle, igual que él me había herido a mi tantas veces con sus mentiras, con su misterio, con su sonrisa, con su maldita perfección.
-Era lo mejor. - contestó todavía con la cabeza gacha. Al parecer no se atrevía a mirarme a los ojos. En cierta forma, era mejor así, al menos por ahora. Si viera el dolor atravesar sus azules pupilas no sería capaz de controlarme. No aguantaba verlo sufrir, me dolía demasiado. Más que cualquier otra cosa en el mundo.
-No. Era lo más fácil. Pero no lo mejor. - repliqué. Mi voz temblaba y mis ojos comenzaban a humedecerse.
-No podía permitir que estuvieras cerca de mi, Valeria . No después de que supieras lo que era.
-Tú no eres uno de ellos, Damián. - la seguridad de mi tono me sorprendió. Algo en mi interior sentía el calor que emanaban los dulces latidos de su corazón. Él no podía ser como ellos, no lo era.
-Lo soy Valeria, lo soy.- levantó la cabeza y clavó su mirada en mis ojos. Por un instante, sus pupilas se volvieron verdes, de un color tan intenso que incluso me hicieron daño. Pero cuando recuperaron su color inicial, mi alma se quebró. Nunca antes le había visto tan abatido, tan derrumbado, tan agotado.
-Damián... cada uno elige su destino, nada está escrito. Puede que te hayan marcado como uno de ellos, pero algo aquí dentro...- me acerqué a él y me senté a su lado. Posé mi mano sobre su corazón y noté las palpitaciones de éste a través de mis dedos.- ...algo aquí dentro...sabe que perteneces al bando contrario. Mírate . Ellos gozan con el sufrimiento de la gente, y nunca se permiten derramar lágrimas, ni si quiera sienten la necesidad de hacerlo, nunca. Tú en cambio.. sufres en silencio con las desgracias de los demás y te duele no poder remediarlo. Un demonio no haría eso. Un demonio, no tiene sentimientos, no tiene alma, su corazón no late tan alocadamente como el tuyo.
Por un momento, no existíamos más que él y yo en el mundo y me permití el lujo de perderme en su mirada. Besé su mejilla derecha. Acto seguido cerró los ojos y disfrutó el tacto. Él también me había echado de menos, lo sabía.
-Eres demasiado buena para mí, Valeria.
-Tal vez yo no quiera un ángel, Damián. A lo mejor bastante tengo conmigo ya. Quizás mi corazón lo que necesita es algo diferente, una mezcla de maldad y puro amor y compasión. Eso es lo que eres. Tal vez no seas perfecto, pero eres perfecto para mí.
Nuestros corazones comenzaron a latir con fuerza y nos miramos fijamente a los ojos. Había ansiado tanto tiempo aquél momento. El instante de poder volver a disfrutar de su mirada, de la paz de sus ojos, poder volver a sentir el suave tacto de su fría piel, poder hinchar sus labios con los míos y enrojecer sus mejillas de pura pasión.
La cercanía era demasiado peligrosa y tentadora. Pronto sujetó mi rostro con sus firmes manos y rozó mis labios con los suyos, los saboreó, los besó con cariño y necesidad, con amor y pureza. Había cambiado, lo notaba. Todo era diferente.
-No me queda nada.- las palabras se prolongaron a través de sus labios y se perdieron en la tranquilidad del ambiente. Negué con la cabeza.
-Damián, te lo dije una vez y te lo vuelvo a decir. No estás solo. Me tienes a mí. Yo nunca te voy a dejar, no podría hacerlo. Con solo verte así se me parte el alma. Eres lo más importante que tengo. ¿ O es que acaso eso no te importa?- repliqué entre susurros. Por un momento sentí una punzada de miedo en mi interior, pero la deseché en el momento. Damián me quería, lo sabía, lo sentía.
-Nunca más vuelvas a decir que no me importas. Pero tengo miedo. ¿Y si no puedo resistir la tentación? ¿ Y si caigo y te hago daño?- su mirada se perdió en el vacío. En su mente, una trágica escena estaba teniendo lugar, una escena, en la que yo me convertía en lo que ellos eran. En un monstruo. Un monstruo que solo vive de las desgracias de los demás.
-No caerás Damián. Y si lo hicieras, yo estaría avisada y lo impediría. No tenemos por qué sufrir así , es en vano. Ellos nos dejarán en paz tarde o temprano. Pero tienes que elegir tu bando. Tu corazón ya ha escogido, ahora, es tu mente la que debe tomar la decisión final.- acaricié su hombro y me levanté. Caminé a paso lento hasta la ventana, y un halo de luz bañó mi rostro en miles de destellos que parecieron cegarme por un momento.
-¿Y si escoge mal?
-No lo hará. ¿Y sabes por qué?- volví a acercarme a él y tomé una de sus manos entre las mías. La besé con dulzura y volví a dirigirle la mirada de nuevo.- Porque eres bueno. Porque tu corazón es el que manda en tu cuerpo, y no tu cabeza. Y porque yo voy a estar siempre a tu lado para ayudarte a escoger. Te lo prometo.
-Te hice daño Valeria, casi maté a tus padres.
-Pero no lo hiciste. ¿ Por qué? Porque eres bueno, lo repito, porque nunca serías capaz de hacer daño a los que verdaderamente amas, a los que te importan. Duna y sus discípulos intentaron hacerse con tu alma, pero no lo consiguieron. Tal vez en un principio hayas elegido el camino equivocado, pero has encontrado la verdadera respuesta sobre la marcha. Y eso es lo que importa.
Tú eres de los nuestros, Damián. Todo está perdonado, empecemos desde cero, hagamos como si nada hubiera pasado.
-¿Piensas borrar los últimos meses de nuestras mentes?- preguntó con una media sonrisa dibujada en el rostro.
-Nah, sólo los malos momentos. Además.. de eso...- dije señalando el libro con la mirada- ...no puedo librarme ni aunque yo quiera. Al parecer... si eres un ángel, no se aceptan dimisiones.
-Tampoco si eres uno caído.
-Los ángeles caídos no tienen misiones, por lo tanto, su vida es libre. No hay ningún libro que les persiga a todas partes.- bromeé con una amplia sonrisa en mi rostro- así que...Mi nombre es Valería, un gusto conocerle.
Lo vi sonreír después de tanto tiempo sumido en la tristeza y la amargura. Tomó la mano que yo había tendido y la besó con suavidad, con cierto gesto de cortesía.
-Damíán, es un placer.- contestó con cierto humor bromista.
Rodeé su cuello con mis brazos y lo besé. Todo había terminado. O tal vez debería decir... había terminado de empezar.
La voz de Natael resonó en mi fuero interior.
“ Tus enemigos nunca descansan, Valeria.”
Notar el ardor de tus cálidos labios al rozar los míos, entremezclándose con pasión y delirio, formando el más exquisito manjar, es como comenzar a flotar, a volar, a sentirme ligera, a ascender hasta las nubes, es igual a perderme en el espacio, a ser libre, a poder degustar por fin el verdadero sabor de la felicidad, a poder sonreír de nuevo sin maldecirme a mi misma por tener que fingir, sin oprimir mi corazón con angustia y tristeza. Es igual a alcanzar el cielo.
No quería ni imaginarme el momento de la separación, que tarde o temprano llegaría, lo sabía. Pronto comencé a notar un fuerte ardor en el pecho, no sabía si era por la falta de oxígeno en mis pulmones, o si simplemente se debía al nerviosismo y a la felicidad.
Considerando que sería a causa de la primera opción, comencé a separarme poco a poco. Mi rostro pesaba más que nunca, y nuestros labios parecían luchar por mantenerse unidos.
Apenas me separé varios centíemtros. Aún percibía tu cálido aliento sobre mis hinchados labios. Abrí los ojos. Dejé que se perdieran en tus verdes pupilas.
-Es increíble...-susurre con apenas un hilo de voz. No sabía el motivo, aunque lo sospechaba, mas mis cuerdas vocales parecían no querer responderme y mis labios parecían ser lo úncio que aún me pertenecía y sobre lo que todavía poseía el control. Lo deseaba. Volver a sentirte tan pegado a mí, volver a estar unidos, cuando aún no nos habíamos separado si quiera.
Entonces me abrazaste, me acurrucaste contra tu pecho y me besaste la frente. En cierto modo me molestó, mis labios ardían de deseo y buscaban ansiosos en la oscuridad los tuyos. No los encontrararon. Al menos no todavía.
-Te amo. - susurraste rompiendo el silencio. Tus palabras chocaron contra la paz que envolvía el lugar y la magia que desprendían se enredó en la atmósfera. Me sentía como en sueños. Entonces, una vana y lejana pregunta apareció en algún rincón de mi mente.
¿Y si era tan solo eso? ¿Y si pronto me despertaría sola e n mi cama y todo desaparecería de repente?
No me importaba. Si así era, quería saborearlo mientras aún podía.
Levanté el rostro con pesadez y busqué tu mirada. Entonces, volviste a besarme, no hacía falta que contestase a tus palabras, ya conocías mi respuesta. Nuestras lenguas volvieron a entremezclarse, en un juego mágico, en una danza ansiada por ambos.
-Aún no lo puedo creer...-susurré separándome por un instante. Te agarré fuerte, no quería soltarte, lo último que deseaba era que te fueras, que te fueras y que no volvieras, que todo aquello desapareciera como por ensalmo y que no pudiera detenerlo. Que perdiera todo lo que había conseguido.
-¿Qué es lo que no crees?- me preguntaste con tu voz aterciopelada. Acaricié uno de tus labios con la yema de mi dedo corazón. Estaba caliente. Caliente y húmedo. Parecía invitarme a tomarlo preso de nuevo. Me contuve.
-Que todo esto sea cierto...que estemos aquí...en lo alto del mirador, juntos, abrazados, sintiendo lo que sentimos el uno por el otro. Temo estar soñando. Tengo miedo de que te vayas...de que me dejes...-confesé con la mirada perdida, perdida en las lejanas olas que chocaban contra la costa envolviendo las ásperas rocas con su blanca espuma, en el vaivén que envolvía el oscuro mar a estas tardías horas de la madrugada.
-No lo temas mi pequeña, te juro que es cierto. No me voy a ir. ¿Cómo podría dejarte si ni siquiera soy capaz de soltarte tan solo un segundo?
-No lo sé, la vida da tantas vueltas.
-Te prometo que estemos donde estemos, pase lo que pase, siempre estaré a tu lado. Estaré eternamente junto a ti en cada instante, desde los más insignificantes hasta los más importantes. Nunca te dejaré.
-Mi vida era un remolino de oscuridad y tristeza antes de que tú llegaras. Ahora todo es diferente, hay una luz que ilumina mi camino.- te dije sonriendo mientras volvía a dirigirte la mirada. Tú hiciste lo mismo. Nuestras pupilas se encontraron.
-Eres increíble.- me volviste a susurrar bajito al oído, como si temieras que alguien pudiera escuchar nuestra íntima conversación. Te besé los labios con brevedad y volví a separarme. Mis pulmones aún exigían aire.
Te agarré la mano y la apreté fuertemente entre las mías. Se notaba suave y caliente. Las mías en cambio estaban frías como el hielo.
-¿Tienes frío?
-Solo un poco, pero no me importa.- contesté.
Me apretaste más contra tu pecho y me acurrucaste junto a ti dentro de tu chaqueta. Así, apoyando la cabeza sobre tus pectorales, era capaz de escuchar el ritmo de tu corazón, de notar las palpitaciones que parecían llevar el mismo ritmo que las mías. Nuestros corazones se correspondían el uno al otro. Lo sabía. Y estaba segura de que tú también te habías dado cuenta de ello.
-Se está haciendo tarde.
A lo lejos se escuchó el sonido de unas campanas apagadas y tu reloj marcaba las dos. La luna yacía brillante sobre nuestras cabezas, emprendiendo su camino hacia el horizonte a paso lento.
-Deberíamos irnos.
-No quiero.
-Yo tampoco, pero no quiero que tengas problemas con tu padre.
-Me da igual.- cerré los ojos y apreté mi cabeza contra tu pecho con aún más fuerza, agarrando con poca sutileza tu camisa. Me sonreíste. No lo ví, pero lo sentí.
-No quiero tener que rescatarte de tu propia casa.- bromeaste.
Sonreí. Era hora de irnos. Me resigné a ello. Me incorporé de un salto y me removí la ropa. Juraría que tendría la falda verde por pasar tanto tiempo sentada sobre la hierba fresca.
Me tomaste la mano y nos dirigimos colina abajo. Dos sombras medio abrazadas caminando en silencio bajo la luz de la luna, amándose en silencio, sabiéndolo solo ellos. Eso es lo que eramos.
Desde ese momento, con la luna de testigo, juré amarte para siempre.